Sociedad | Reportaje a Tito Cossa

“La tarea pendiente es ampliar el público”

Síntesis Porteña en Comuna 3 dialogó con Tito Cossa, presidente de Argentores y uno de los principales dramaturgos nacionales, acerca de la vigencia de Teatro Abierto en la cultura argentina y la recuperación de la memoria de la resistencia a la dictadura militar, a pocos días de cumplirse los primeros 30 años de aquellas jornadas memorables. Buenos Aires, 13 de junio de 2011. Roberto Tito Cossa, nacido el 30 de noviembre de 1934 en Buenos Aires es uno de los dramaturgos más importantes de la historia del teatro argentino. Junto a Ricardo Halac integra la Generación del Nuevo Realismo, continuando la senda marcada por Carlos Gorostiza.

SP: Cuando te comenté la idea de recuperar Teatro Abierto, vos me dijiste que ya lo habían intentado y que no había resultado en un éxito ¿Por qué pensás que en ese momento no se pudo?
TC: Porque cada cosa tiene su momento histórico. Es decir, hoy no podríamos hacer la Revolución de Mayo, no estamos en 1810. Teatro Abierto nació incluso no como una respuesta conciente “vamos a luchar contra la dictadura, y la dictadura nos va a perseguir y a quemar el teatro”. Nació de los autores que nos sentíamos cada vez más ninguneados. Nuestras obras no se daban en los teatros oficiales, los que escribían televisión no podían escribir. Estábamos prohibidos en todas las áreas del estado. Por ende, los empresarios, para aquellos que podían aspirar a obras con empresarios, no los llamaban “por si acaso”. Entonces estábamos limitados, reducidos a las salas pequeñas, a la autogestión, que de todas maneras es lo que hacemos ahora, pero bueno en ese momento no podíamos hacer otra cosa. La gota que rebalsó el vaso fue cuando una interventora que había en el Conservatorio Nacional, que es donde se forman los actores, suprimió la cátedra de Teatro Argentino Contemporáneo, es decir nos suprimió a nosotros. Toda esa sumatoria dio origen a ese malestar y como toda minoría perseguida, en algún momento se junta y dice “bueno, ¿qué hacemos?” Y de ahí salió la idea de Osvaldo Dragún: “si nosotros salimos todos juntos en un proyecto teatral, no nos van a decir nada, porque teatro se sigue haciendo, teatro periférico a las seis de la tarde”. Parecía mas que nada como una “patriada”. Pero eso fue como la “cerilla que prende la pradera”, porque de ahí empezó un gran entusiasmo de directores, actores, incluso espectadores, que todavía ni sabían que hacíamos y ya estaban acercándose. Se estrenó en el Teatro Del Picadero. Una sala nueva, muy linda, muy bien pensada como teatro, operativa para teatro. Bueno, salimos todos juntos y la dictadura se dio cuenta que era un hecho político. Nosotros no éramos tan inocentes. Sabíamos que estábamos haciendo un hecho político, pero la dictadura nos quema el teatro y ahí empieza lo que fue Teatro Abierto convertido en un hecho significativo, en un referente desde la gente, desde el propio público, hasta de alguna prensa como el diario Clarín que sacó una nota protestando por la quema del teatro ¿Cómo si no fueran los militares, no? Después de eso pasamos de una sala periférica en un pasaje escondido como es el actual Pasaje Discépolo, en aquel momento de llamaba Rauch, al Tabarís en plena calle Corrientes. Al medio día había colas de una cuadra y media y la gente decía “¿y esta cola porque al medio día?”. Ya estaban haciendo cola, porque a las seis de la tarde se hacía Teatro Abierto. Después apareció toda la fantástica solidaridad de los artistas: ciento diez pintores donaron cuadros para recuperar los gastos. Se produjo como una especie de fiebre. Se creó Danza Abierta, Poesía Abierta, Cine Abierto. Entendámonos. La dictadura ya había perdido su rostro más feroz, no dejaba de ser una dictadura, la prueba es que nos quemó el teatro. Una dictadura violenta. Pero ya estaban perdiendo fuerza, y se produjo el fenómeno. Todavía no pasa uno o dos meses que no venga un investigador extranjero a preguntarme a mi o a otros “¿cómo fue Teatro Abierto?” Fue un fenómeno, no el único que tomó forma simbólica, porque ya estaban los conciertos de rock que eran bastante cuestionadores, las revistas de humor que también desde el humor cuestionaban. Ya había habido huelgas obreras. La dictadura estaba empezando a retroceder, hasta que produjo ese último estertor con la desafortunada toma de las Malvinas, pero ya podíamos asomar la cabeza. Y por eso no se puede, Teatro por la Identidad de algún modo encontró una manera de decir “bueno, tomemos la bandera de las Abuelas, el tema de la identidad” y ahí ocuparon un lugar. Pero un Teatro Abierto así como aquel, es imposible.

SP: ¿Hay otro evento similar en el mundo que vos conozcas?
TC: Hubo intentos, pero en países con llegada nuestra. En Uruguay creo, no sé si en Chile. Pero no hubo un fenómeno así, habrán tenido otras formas de resistencia, no nos queremos adjudicar nosotros los únicos capaces de resistir. Pero esto de que toda la comunidad teatral, porque la cosa era que en un sentido estábamos todos, porque estaban los más famosos, los estudiantes hasta gente que no tenía posiciones tomadas. Hubo como una sensación de que era un “acto justo”, que eso era justicia y que había que apoyarlo.

SP: ¿Se podría decir que hay un panorama donde el teatro social, o ligado a temáticas sociales, está como relegado y hay otros intereses o es solo una impresión?
TC: Si es otra forma. La nueva generación, con total naturalidad y como es lógico, toda generación “quiere matar a sus padres” y hace bien: heredaron todas las consignas nuestras que fracasaron, todos los sueños nuestros fracasaron, aquel teatro independiente, los ’50 que aspiraba al socialismo con el impulso después de la revolución cubana. Antes se escribía de todo. Siendo un admirador de la revolución cubana en los ’60, nunca escribí una obra sobre la revolución cubana. De todas maneras había una sensación de que el teatro nunca iba a hacer la revolución. Nunca fuimos tan tontos. Pero que íbamos a formar parte del movimiento cuando se hiciera la revolución. Eso fracasó como todos sabemos. Por eso los jóvenes de hoy compran una mentira o una fantasía equivocada, una desilusión ni mucho menos. Nadie quiere estar desilusionado. Entonces hacen otra estética. A su vez hay un cambio en el teatro en cuanto es menos narrativo, menos literario. Hacen un teatro mucho más ceremonial, menos ligado a lo social, menos ligado a contar una historia. Aparece este teatro que no es el único, porque las salas las llenan Un tranvía llamado deseo y Todos eran mis hijos, obras tradicionales. Pero bueno es un fenómeno fantástico. Creo que Buenos Aires está produciendo un fenómeno único en el mundo, una explosión de espacios, no todas son salas, por lo que un sábado se tiene la posibilidad de ver trescientos espectáculos de los cuales doscientos cincuenta hay que ir a un barrio.

SP: Volviendo a la convocatoria por Teatro Abierto, cuando comenzamos a impulsarla teníamos tres ideas. Por un lado conmemorar Teatro Abierto en su treinta aniversario, que es este año. Por otro, ver cómo se podía recuperar el espacio Del Picadero, como lugar de la memoria de la resistencia cultural a la dictadura, que abarcó una gran gama de expresiones como decías vos recién y después pensábamos, más soñábamos, en la posibilidad de recuperar el espíritu de Teatro Abierto en esta época, donde han cambiado algunas cosas pero el ejercicio de la libertad de expresión tiene limitaciones y el acceso popular al teatro tiene restricciones, ya no por la represión sino por el dinero. Esto ¿cómo lo ves vos y qué te imaginas que se puede hacer?
TC: Yo no sé, (risas…) Por ahí aparece algún otro loco imaginativo como Dragún y le encuentra la vuelta. No lo veo, porque eso implicaría una comunidad de intereses y un proyecto común y no cada uno haciendo lo suyo sin conectarse. El hecho de que haya estallado el teatro en Buenos Aires como estalló, tuvo que ver con el Instituto Nacional de Teatro, es decir la Ley de Teatro. Se hacen festivales, está el internacional. No veo una razón para provocar un Teatro Abierto dos. Insisto que lo único que apareció fue Teatro por la Identidad. No pudimos salvar al Picadero para que se convierta en sala oficial. Quedó en manos privadas y no se qué van a hacer.

SP: ¿Se intentó que fuera sala oficial?
TC: Tuvimos todo un movimiento cuando fue el intento de demolición en 2007. Ahí nos juntamos, hicimos un acto frente al teatro, estuvimos con las autoridades del Gobierno de la Ciudad, pero no. Lo único que sabemos es que se está haciendo una sala. Últimamente perdí contacto. Espero que quede algo, una placa. Algo que diga que ahí se hizo Teatro Abierto, para preservar la memoria.

SP: Recién mencionabas la falta de proyecto común, o la falta de un interés común que articule. En esa época el objetivo común era bajar a la dictadura. ¿Cuál sería hoy la causa que se tendría que impulsar?
TC: ¿Contra quién? Tenemos un teatro subsidiado. Hacemos lo que queremos. Estas cosas nacen porque hay algo que une, que convoca. El teatro nuestro tiene muchas cosas a favor. Tiene una producción chiquita pero buena, buenos actores, pero estamos encapsulados. Los éxitos de las salas chicas son dos funciones por semana. Cuando nosotros empezamos, cierto que éramos muchos menos, pero hacíamos ocho funciones por semana con cada espectáculo, o siete o seis. Después cada vez menos. ¿Está bien, está mal? Creo que la tarea pendiente es ampliar el público. Hay gente que no va al teatro, porque no lo conoce. Es más que difusión, porque no es poner avisos. Insisto en que lo malo no es que a alguien no le guste la 9na Sinfonía de Beethoven, porque tiene todo el derecho. Lo malo es que no la conozca, este es el problema. Hay mucha gente que no le gusta el teatro y que no le va a gustar nunca, que fue una vez y dice “no”, pero están los que no van nunca porque no lo conocen. Hay que hacer una tarea, promoción pero en otro sentido que no es publicidad, llevar el teatro a los sectores que no van, que no son los pobres, los estudiantes universitarios tampoco van al teatro, los jóvenes en general. Cómo trabajar para que conozcan este fenómeno y bueno, eso yo no veo otra cosa.

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