Porteñas | Estación desamparo

Años de calle

La estación de trenes, el subte y la plaza son lugares de tránsito de millones de habitantes de la ciudad. Entre ellos se cobijan muchos desamparados, sin lugar donde ir. Los más chicos recibieron tiempo atrás en Brasil un nombre poético que no les ahorra la intemperie del afecto familiar. Son chicos de la calle, se dice. Ahora tienen su película los de aquí. Un documental filmado en tres etapas de sus vidas, a lo largo de once años, en los que a ellos y a nuestro país les pasó de todo. Buenos Aires, 13 de enero de 2015. Eran cuatro niños en las calles de Buenos Aires. Vivían en la estación de Once, la misma donde en 2004 ocurrió el incendio de Cromañón, con su secuela de 194 vidas perdidas y más de 1.500 dañadas para siempre y donde en 2012 murieron otras 52 personas en un accidente de tren.

La niñez era su escudo. Se les veía saltar y reír sobre los vagones. Parecían invencibles, aunque cada uno arrastraba una historia amarga. Rubén, de 13 años, decía que su madre no lo veía desde hacía dos. Pero él sí sabía de ella: “A mi mamá la veo, pero sin que ella me vea, sin que me hable. Porque la sigo al hospital de General Rodríguez. (…) Porque tiene cáncer en los pulmones”. Ismael, el mayor, tenía a sus 17 años a casi todos los amigos en la cárcel: el Chino, Lalo, Fosforito, Johnny, Vero, el César y el César chico. Andrés, de 12, siempre parecía estar buscando compañía y disfrutaba enseñando los lugares más secretos de la estación. Se había tatuado en la mano cuatro puntos y uno en el centro: cuatro ladrones y el policía. ¿Qué significa? “Que lo matamos al policía”. A Gachi, la niña, le daba vergüenza decir que estaba yendo a unas clases con una psicóloga para cuidarse y no tener hijos.

Era la Argentina de 1999, la del final de Carlos Menem. El país se iba a estrellar contra el desastre económico de 2001, los letreros de “que se vayan todos” los políticos y un presidente huyendo de la Casa Rosada en helicóptero. Pero a ellos se les veía tan alegres como a Tom Sawyer y Huckleberry Finn entre barcos de vapor. Laureano Gutiérrez, un empleado del Centro de Atención Integral a la Niñez y Adolescencia (CAINA), los inscribió en un taller de fotografía. Alejandra Grinschpun, la profesora del taller, los invitó a tomar imágenes de su ciudad. Y ellos invitaron a los dos adultos a recorrer sus lugares. Alejandra Grinschpun, que ahora tiene 41 años, los filmaba sin imaginar que todo eso se convertiría mucho después en un documental del que Gutiérrez sería el productor y ella la directora.

Un año después, Grinschpun le preguntó a Gutiérrez qué habría sido de cada uno. Y así nació Años de calle, un documental en el que siguieron la vida de los cuatro niños en tres momentos a lo largo de más de una década. El resultado es una gran historia. O dicho de otra forma: una obra donde se dice mucho y se sugiere más aún. Con delicadeza y respeto la cámara acompaña esas cuatro vidas desde la calle a la cárcel, después a sus casas y de nuevo a la calle. El documental, subvencionado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), dependiente del Gobierno Nacional, se estrenó en diciembre en el cine Gaumont de Buenos Aires, adonde regresará en febrero. “Además el DVD de la película está en plena producción y muy pronto estará terminado y disponible”, anunciaron en las redes sociales sus realizadores.

“A diferencia de la primera etapa de 1999 que era tan lúdica”, recuerda la directora, “en la segunda, en 2004, nos invadió la desolación. Con Andrés, por ejemplo, ves el fracaso absoluto de las instituciones. Estos chicos salen con cero herramientas de la cárcel, cada vez más marginados y con unos pocos pesos vuelven a una casa en la cual no hay nada para recibirlos”.

En 2004, Gachi está embarazada de una niña. Ha tenido cuatro hijos y ya le han quitado la custodia de sus dos hijas mayores. Rubén, el que seguía a la madre al hospital, se encuentra en la cárcel. Ismael toma lecciones de fotografía. “En la mano de Andrés casi no se distinguían los cinco puntos, pero tenía marcas nuevas. Había pasado cuatro años preso”, relata el documental. Todos han perdido aquellas sonrisas tan útiles contra la tragedia. Ismael, al menos empezó en el teatro y trabaja en la inserción de niños de la calle.

Para el 2010, Ismael enseñaba fotografía a otros chicos y parecía el único que salió del hoyo. Andrés seguía entrando y saliendo de la cárcel. Gachi seguía teniendo hijos y perdiendo su custodia. Y de Rubén, nadie sabe nada desde hace ocho años.

El CAINA

La película empieza en un lugar que no se muestra. El Centro de Atención Integral a la Niñez y Adolescencia (CAINA) no está en el barrio. Pero fue allí donde se encontraron los protagonistas de esta fuerte historia y los realizadores de la película. La institución, dependiente del gobierno porteño, está emplazada en un inmueble de la Avenida Paseo Colón al 1300, ahora mismo amenazado de demolición por las obras del futuro metrobús sobre esa arteria.

Según indica en su página web, “El objetivo general consiste en lograr que el mayor número de niños/as y adolescentes que trabajan, viven en la calle, o deambulan, encuentren un espacio a partir del cual puedan ir elaborando estrategias que contribuyan a su alejamiento paulatino de la calle. Desde este espacio de libertad y voluntariedad por parte del niño/a, se van armando desde la institución (en conjunto con el niño/a) estrategias diferentes según las edades, el sexo, las situaciones familiares, las experiencias vividas y los recursos existentes tanto a nivel gubernamental como no gubernamental.” Por lo visto en la película, en pocos casos se alcanza ese objetivo.

Santiago Pujol

Compartir nota en las redes sociales Enviar Imprimir

Dejanos tu comentario