Editorial | Violencia política

¿Volvió la noche?

El intento de asesinato de la vicepresidenta de la Nación ha sido el episodio más grave de violencia política desde el retorno de la democracia. Le gatillaron un arma a escasos centímetros de la cabeza en medio de una multitud, sin que interviniese la custodia para evitarlo, como sucedió en 1991 con Alfonsín en otro episodio similar. El magnicidio se frustró por la posible impericia del atacante, que fue reducido por los seguidores de Cristina Fernández, la principal figura política nacional de la actualidad.
Buenos Aires, 13 de setiembre de 2022. El fallido magnicidio no ha sido, sin embargo, un hecho aislado. La seguidilla de atentados vandálicos contra locales partidarios, centros culturales o memoriales de las víctimas del terrorismo de estado es extensa. Vale recordar el perpetrado en nuestra Comuna contra la estación Entre Ríos - Rodolfo Walsh del subte E el 24 de marzo pasado. También hubo intentos fallidos de asesinato de dirigentes políticos provinciales, como el ocurrido en Corrientes en la pasada campaña electoral. 

Pero desde las cruzadas de sabotaje a las restricciones sanitarias impuestas por la pandemia, la novedad es que la violencia comenzó a ejercerse en actividades públicas, siendo trasmitida como espectáculo aceptable por la prensa hegemónica. Guillotinas, ahorcados, bolsas mortuorias y amenazas de muerte propaladas de viva voz se fueron sumando en una escalada de exhibición del odio militante contra quien piensa diferente que, en algún momento, iba a pasar a la acción.

Esas manifestaciones fueron toleradas y acompañadas por referentes políticos de la oposición, hasta el punto que ahora mismo, frente al hecho del intento de magnicidio, se muestran reticentes a una condena enérgica y sin ambages del hecho criminal. ¿Creerán aceptable una vuelta de la violencia política como práctica generalizada en nuestro país?

Para las personas menores de 40 años, el momento más funesto que tuvo que atravesar nuestra sociedad ha sido la crisis del 2001, con su trágica secuela de 39 muertos por la represión policial, que se extendió a los tres jóvenes asesinados en la masacre de Floresta unos días después y al fusilamiento de Kosteki y Santillán en junio del 2002 en Avellaneda. 

Hechos lamentables que empalidecen, sin embargo, frente al reguero de sangre derramada por las luchas políticas desde el bombardeo de Plaza de Mayo en el 55, primer acto genocida de nuestra historia, hasta el Nunca Más del retorno democrático, pasando por la trágica saga de la Triple A, el accionar de las guerrillas urbanas y el terrorismo de estado, con el horroroso saldo de decenas de miles de muertos, torturados, exiliados o reprimidos por el solo hecho de tener ideas políticas contrarias al régimen imperante. 

Quiso el pueblo argentino en 1983 trazar una frontera infranqueable con aquel Nunca Más y el juicio a las Juntas militares. Ese Nunca Más implicaba erradicar la violencia política para dirimir diferencias políticas y sujetarse a lo que se resolvía de forma democrática, mediante el voto popular. 

Ese pacto fundante de la civilidad democrática argentina contemporánea está ahora amenazado por los nostálgicos de la dictadura que pretenden negar el terrorismo de estado, por la emergencia de grupos fascistas libertarios que enaltecen la violencia y por la radicalización de la derecha revanchista que no concibe otra alternativa que la imposición de sus intereses por la fuerza de los hechos económicos, la subversión de los procesos judiciales o la propagación de mentiras para hacer terrorismo en la población. Si no se vuelven a levantar las vallas contra ese desenfreno, la misma democracia está amenazada. Es hora de reafirmar seriamente, otra vez, el Nunca Más.

Lic. Gerardo Codina


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