Editorial |
Chocando el subte
Buenos Aires, 14 de enero de 2013. Macri tiene, por lo visto, tres problemas. Uno, se le agota el tiempo al frente de la ciudad más rica de Argentina y todavía es incierta su posibilidad de competir con éxito por las presidenciales en 2015. Otro, para alcanzar estatura de líder nacional no le alcanza con hacer la plancha y echarle la culpa a los demás por los problemas que afronta en la ciudad. Y, por último, tiene una mirada dogmática de la sociedad, que traduce la lógica autoritaria de la gestión empresarial.
Esos tres problemas se conjugan cuando termina chocando el subte. Después de un año de excusas varias, finalmente tuvo que asumir la responsabilidad de administrar algo que a todas luces es porteño. Compelido por la exigencia de mostrar capacidad ejecutiva, se hace cargo de los subtes a disgusto. Y le regala a los porteños la noticia de que cerrará por dos meses la Línea A, con el pretexto de renovar la flota de trenes, al tiempo que amenaza con una nueva y escandalosa suba de tarifas.
Gestionar es encargarse de resolver problemas. No hacer denuncias sobre las supuestas responsabilidades de otros. Ese es un discurso para opositores y no de quienes pretenden ser oficialismo. Si Macri continuaba en su negativa pueril a asumir responsabilidades, quedaba en entredicho su capacidad de ser Presidente. El contraste con Néstor Kirchner, asumiendo el 25 de mayo de 2003 un país desvastado por la mayor crisis de nuestra historia, no podía ser mayor.
Ahora tiene que mostrar la diferencia. No se trata simplemente de asegurar el servicio de subterráneos. Tiene que ser el mejor. Aunque implique algunos sacrificios de la gente de a pie. Como dejar sin trenes a doscientos mil usuarios diarios por dos meses. Apuesta a que luego vendrán el olvido y el reconocimiento del valor agregado por la obra realizada.
Nadie en su entorno evalúa con seriedad qué pasará con el tránsito terrestre en el macrocentro porteño, una vez que la actividad retome su ritmo habitual, después de las vacaciones estivales. Un tránsito que ya es caótico y que requiere de urgentes acciones para descongestionarlo, se verá sometido a la presión adicional de centenares de miles de pasajeros sin transporte subterráneo.
Ahora bien, decidido el rumbo, no escucha las opiniones diferentes. Menos aún, las de los trabajadores. Así agrega un conflicto a futuro, a sabiendas de lo que ya le costó esa intransigencia: diez días sin subtes, por un paro que pudo evitar negociando. Un paro que se levantó porque finalmente su gobierno tuvo que negociar como pretendían los trabajadores.
Ahora anticipó el rumbo de colisión. Sólo piensa acordar temas sensibles como el salario, con el sindicato que no representa a la mayoría de quienes se desempeñan en la empresa. Y además anunció que los aumentos se trasladarán automáticamente a las tarifas, pese a los incrementos tributarios que obtuvo para financiar el servicio.
No son pasos casuales. Antes había remitido a la Legislatura un proyecto de ley de regulación del servicio con cláusulas antisindicales, que no alcanzaron los votos suficientes para imponerse. Su antisindicalismo expresa esa idea autoritaria del manejo de la cosa pública como una propiedad privada. A contramano de su proclamada vocación de diálogo y su reclamo de no tener actitudes conflictivas.
Pero además no piensa el subte como servicio público, con tarifa promocionada para evitar el tráfico de superficie o el uso del auto particular, sino como empresa que no debe ser deficitaria. Esa lógica de contador y no de político, le parece virtuosa pese a que encamina a la sociedad a mayores problemas. Recuerda la solución propuesta por la Asociación Americana del Rifle frente a las masacres en escuelas. Nada de menos armas. Sí, poner guardias armados en cada institución.
Así las cosas, todo indica que el subte no será una materia aprobada por el ingeniero. Sin embargo, en política dos más dos no suele dar cuatro. Tenemos antecedentes cercanos de que la inhabilidad no es impedimento para ser Presidente.
Lic. Gerardo Codina
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