Editorial | Autoritarios encubiertos

Como el tero

El tero pega el grito lejos de su nido, como se sabe. Muchos políticos porteños hacen lo mismo. Es el caso del ministro Montenegro, que reclama por la supuesta falta de diálogo con las autoridades nacionales, en el caso del manejo de la seguridad en la Ciudad. Buenos Aires, 6 de febrero de 2012. Mientras Montenegro repite su letanía, el gobierno del que él forma parte se despacha con una sorprendente cantidad de vetos a leyes acordadas entre las distintas fuerzas representadas en la Legislatura. Acuerdos que incluyen a los diputados del PRO, partido oficialista hasta donde se conoce.

Es difícil reclamarle a un partido que dialogue con la oposición, cuando ni siquiera existe ese diálogo en la vida interna y los funcionarios del Ejecutivo desconocen lo que resuelven los diputados de su sector. Es lo que se deduce de las negativas refrendadas por el Jefe de Gobierno. ¿No hubo consultas antes de sancionar las leyes entre los legisladores y los ministros? O peor que eso: ¿los acuerdos legislativos fueron simples engaños, palabras vanas?

En ese estilo, que el primer acto de la administración porteña luego de resuelta la transferencia de los servicios de subterráneos y premetro, sea un decreto de Macri incrementando la tarifa un 127%, no llama la atención. No se trata sólo del monto, sino de desconocer los mecanismos legales vigentes en la Ciudad. El Jefe de Gobierno se comporta como si fuera el administrador de una empresa privada, no la autoridad circunstancial del Estado. ¿Hacer una audiencia pública para escuchar la opinión de los ciudadanos? ¿Convocar a la Legislatura para que refrende el acuerdo de traspaso? ¿Para qué?. No hay que perder tiempo en zonceras, parece pensar.

Lo llamativo del asunto, es que este estilo (que implica una concepción profundamente antidemocrática de la sociedad) le acomode a la mayoría de los porteños, a estar por los resultados de la última elección. Si bien siempre existieron sectores partidarios de la “mano dura” y el acallamiento por la fuerza de los conflictos sociales, autoritarios de alma y de conveniencia, casi 30 años de ejercicio ininterrumpido de instituciones democráticas debieran haber fortalecido más una cultura de convivencia y el diálogo respetuoso de las diferencias, una cultura de apego a la ley y a las instituciones republicanas. Era, al menos, la expectativa que alimentó el retorno de la vida constitucional.

No es el caso. Al cabo de los años se comprueba que no ocurrió. Probablemente la falta de entusiasmo democrático refleje las frustraciones de muchos en la política. Y es cierto que los políticos han hecho suficiente, en estos años de vida democrática, para malquistarse con la sociedad. Pero todo no es igual. El discurso que hace leña de la política esconde a los autoritarios, nostálgicos de la dictadura y les quita responsabilidades a los ciudadanos sobre la marcha de las instituciones.

Porque convengamos que la política también es lo que dejan que sea, por inacción, aquellos que no se involucran. Los que se encogen de hombros y permanecen quietos esperando ver qué pasa. Y luego se sienten con todo derecho de quejarse de la política.

No se trata de cargar las responsabilidades en los ciudadanos individualmente. Los partidos y las organizaciones sociales también tienen la responsabilidad de hacer docencia democrática. Educar en la responsabilidad social de todos, es una tarea permanente, a la que pocos prestan atención.

Lic. Gerardo Codina

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