Historias de nuestra comuna | El escritor que se formó entre nosotros
Julio Cortazar
Julio Cortázar (1914-1984) se graduó como Maestro Normal y Profesor Normal en Letras en la Escuela Mariano Acosta. Fue docente primario y enseñó literatura francesa en la Universidad de Cuyo. Cortázar trabajó luego en ParÃs como traductor independiente de la Unesco. Buenos Aires, 10 de octubre de 2011. A poco de culminar sus estudios en 1938 publicó, con el seudónimo de Julio Denis, el libro de sonetos Presencia. En 1949 publicó su obra dramática Los reyes, y en 1951 Bestiario. A partir de los años sesenta se difundieron las novelas que le dieron renombre internacional: Los premios (1960), Rayuela (1963), 62/ Modelo para armar (1968) y Libro de Manuel (1973). Otros libros que incluyen relatos, cuentos y géneros hÃbridos (ensayos, crónicas, cuentos, mini-ficciones y textos humorÃsticos) son: Final de juego (1956), Las armas secretas (1959), Historias de cronopios y famas (1962), Todos los fuegos el fuego (1966), La vuelta al dÃa en ochenta mundos (1967), Último round (1968), Octaedro (1974), Alguien que anda por ahà (1977), Un tal Lucas (1979), Queremos tanto a Glenda (1980) y Deshoras (1982).
Fragmentos de LA ESCUELA DE NOCHE, cuento ambientado en sus años estudiantiles en el Mariano Acosta. En DESHORAS (1982)
(Â…) La idea de meterse de noche en la escuela anormal (lo decÃamos por jorobar y por otras razones más sólidas) la tuvo Nito, y me acuerdo muy bien que fue en La Perla del Once y tomándonos un cinzano con bitter. Mi primer comentario consistió en decirle que estaba más loco que una gallina, pesealokual -asà escribÃamos entonces, desortografiando el idioma por algún deseo de venganza que también tendrÃa que ver con la escuela-, Nito siguió con su idea y dale conque la escuela de noche, serÃa tan macanudo meternos a explorarÂ…
(Â…) A lo mejor por eso, por la forma en que perdÃamos el tiempo, la escuela nos parecÃa medio rara a Nito y a mÃ, nos daba la impresión de faltarle algo que nos hubiera gustado conocer mejor. No sé, creo que también habÃa otra cosa, por lo menos para mà la escuela no era tan normal como pretendÃa su nombre, sé que Nito pensaba lo mismo y me lo habÃa dicho a la hora de la primera alianza, en los remotos dÃas de un primer año lleno de timidez, cuadernos y compases. Ya no hablábamos de eso después de tantos años, pero esa mañana en La Perla sentà como si el proyecto de Nito viniera de ahà y que por eso me iba ganando poco a poco; como si antes de acabar el año y darle para siempre la espalda a la escuela tuviéramos que arreglar todavÃa una cuenta con ella, acabar de entender cosas que se nos habÃan escapado, esa incomodidad que Nito y yo sentÃamos de a ratos en los patios o las escaleras y yo sobre todo cada mañana cuando veÃa las rejas de la entrada, un leve apretón en el estómago desde el primer dÃa al franquear esa reja pinchuda, tras de la cual se abrÃa el peristilo solemne y empezaban los corredores con su color amarillento y la doble escalera.(Â…)
HacÃa años que la idea lo rondaba, quizá desde el primer dÃa cuando la escuela era todavÃa un mundo desconocido y los pibes de primer año nos quedábamos en los patios de abajo, cerca del aula como pollitos. Poco a poco habÃamos ido avanzando por corredores y escaleras hasta hacernos una idea de la enorme caja de zapatos amarilla con sus columnas, sus mármoles y ese olor a jabón mezclado con el ruido de los recreos y el ronroneo de las horas de clase, pero la familiaridad no nos habÃa quitado del todo eso que la escuela tenÃa de territorio diferente, a pesar de la costumbre, los compañeros, las matemáticas. Nito se acordaba de pesadillas donde cosas instantáneamente borradas por un despertar violento habÃan sucedido en galerÃas de la escuela, en el aula de tercer año, en las escaleras de mármol; siempre de noche, claro, siempre él solo en la escuela petrificada por la noche, y eso Nito no alcanzaba a olvidarlo por la mañana, entre cientos de muchachos y de ruidos. Yo, en cambio, nunca habÃa soñado con la escuela, pero lo mismo me descubrÃa pensando cómo serÃa con luna llena, los patios de abajo, las galerÃas altas, imaginaba una claridad de mercurio en los patios vacÃos, la sombra implacable de las columnas.(Â…) Si me tocaba subir solo la gran escalera de mármol, cuando todos estaban en clase, me sentÃa como abandonado, trepaba o bajaba de a dos los peldaños, y creo que por eso mismo volvÃa a pedir permiso unos dÃas después para salir de clase y repetir algún itinerario con el aire del que va a buscar una caja de tiza o el cuarto de baño. Era como en el cine, la delicia de un suspenso idiota,Â…Â…
(Â…) Los preparativos fueron simples, conseguà una linterna y Nito me esperó en el Once con el bulto de un poncho bajo el brazo; empezaba a hacer calor ese fin de semana, pero no habÃa mucha gente en la plaza, doblamos por Urquiza casi sin hablar, y cuando estuvimos en la cuadra de la escuela miré atrás y Nito tenÃa razón, ni un gato que nos viera. Solamente entonces me di cuenta de que habÃa luna, no lo habÃamos buscado pero no sé si nos gustó…
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