Editorial | Opinión

La razón de la fuerza

Siempre estuvo claro para el observador avezado que debajo del ropaje liviano y primaveral de la no política, la derecha trataba de disimular su vocación autoritaria. Globos de colores vacíos de ideas presentables, acompañaban su propuesta con lenguajes tomados del espectáculo televisivo. Construyeron una imagen de sí mismos como buenos tipos, tranquilos, sonrientes y bien intencionados. Los otros eran la política, la confrontación, la pelea, el enojo. Buenos Aires, 10 de setiembre de 2012. Les anduvo bien. Muchos en nuestra sociedad están cansados de conflictos. Porque atravesamos muchos y muy duros en las últimas décadas. Y sucede que, cuando no se entiende bien la naturaleza de lo que está en pugna, lo único que queda a mano es ponerse a resguardo y tomar distancia. Ese reflejo defensivo de los sectores menos inmersos en las corrientes profundas de la historia, fue aprovechado por la derecha para travestir su ideario. No es la primera vez que ocurre en el mundo, por cierto.

Pero se les acortan los tiempos y quieren definir el campo a su favor. Saben que no tienen muchas posibilidades. Por eso, pensando en el 2015 y en la oportunidad que les abre la democracia de alterar el rumbo de la política, se enfervorizan y pierden la compostura. Ahí muestran la hilacha. Se les cae la máscara. Queda a la vista de quien la quiera ver, la cara violenta y autoritaria de la derecha, que sólo sabe de la razón de la fuerza. Una fuerza que quiere hacer valer su poder de cualquier modo. Sin importar leyes, formas o buenas costumbres.

El desprecio por los compromisos firmados o las leyes vigentes se pudo ver a lo largo de todos estos años, empezando por el montaje de un aparato clandestino de espionaje para-estatal. Recordemos que por esta razón se encuentra con procesamiento firme el Jefe de Gobierno, imputado, entre otros delitos, de asociación ilícita. Aunque él descalifica todo eso como una operación política de sus adversarios, no dudó en mostrar su coherencia con la trasgresión, en desconocer este año el traspaso de los subtes a su administración (ver La novela de los subtes, en esta misma edición).

Luego, ante la sanción de una ley nacional que dispuso la transferencia de todo el transporte público de pasajeros a la órbita porteña, decidió calificarla de “inconstitucional”, como si cualquiera tuviese potestad para definir la constitucionalidad de una norma. No contento con eso, se abstuvo de intervenir durante los largos diez días de paro en el subte, hasta que las demandas combinadas de empresarios y trabajadores forzaron la participación del gobierno de la ciudad.

Esta actitud confrontativa y violenta, que equipara posicionamiento opositor con el sabotaje de la convivencia democrática, no es exclusiva de las primeras figuras del PRO. Cunde por todo el aparato del estado local. Por caso, la idea de perseguir la actividad política estudiantil, alentando la delación como mecanismo terrorista de control, mediante el montaje de un 0800, la separación sumaria de sus cargos a docentes que dramatizaron el desguace de la escuela pública, o el intento de limitar el accionar sindical de los trabajadores públicos, reglamentando la libertad de reunión en el ámbito laboral, son otras tantas muestras de esa intolerancia que también se evidencia con agresiones físicas a comuneros de la oposición o acciones orientadas a impedir que ejerzan la función para la que fueron electos por el voto popular, como le sucedió a María Suárez en Comuna 3, que fue echada de sus oficinas por personal municipal. Son muchas señales de alarma para una democracia que tanto nos costó recuperar.


Lic. Gerardo Codina



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