Porteñas | Centenario del Palacio Barolo

Una aventura italiana

El 7 de julio cumplió 100 años el Palacio Barolo. En su momento, el edificio más alto de nuestra América. La ocasión vale para conocer algo de la historia oculta detrás de este ícono de la arquitectura de Buenos Aires que se erige en el barrio de Monserrat. Por Pablo Martín Sáez (Fuente: www.ebcprensacooperativa.net.ar)
Buenos Aires, 11 de julio de 2023. Los dos eran italianos, pero se conocieron en Argentina, allá por 1910. Todo estaba en expansión por estas tierras. Luis Barolo era un piamontés que había llegado a nuestro país con 20 años, en 1890. A los 40 ya era un poderoso industrial del rubro textil con la primera hilandería de lana peinada y con extensas plantaciones de algodón en el Chaco. Mario Palanti, en cambio, era un recién llegado, un joven arquitecto milanés de 25 años, de brillante formación académica, repleto de ideas y proyectos ambiciosos. Discípulo de Camilo Boito, maestro de la arquitectura experimental, había sido convocado para realizar el Pabellón italiano en los festejos del Centenario. Ambos eran inmigrantes, pero no parte del aluvión de humildes trabajadores, sino integrantes de una poderosa elite, de fuertes vínculos con los poderes locales. Luis Barolo se había casado con Luisa Molteni, de una familia italiana dedicada al diseño mobiliario y perteneciente a la masonería.

Tanto Barolo como Palanti habrían pertenecido también a logias masónicas, una en particular llamada Fede Santa, creada por Los Caballeros Templarios, secta con la misión de ligar conocimiento con obras artísticas. Y una pasión unió a Barolo y Palanti definitivamente: ambos eran devotos de la Divina Comedia, obra máxima del poeta florentino Dante Alighieri, nacido seis siglos antes y que había sido el primer Mestre de la Fede Santa.

Tal vez en uno de los tantos encuentros habría salido el tema: Europa en crisis. Se sabía de un inminente conflicto bélico, y no era descabellado pronosticar la destrucción total en una guerra mundial nunca antes vista. Desaparecerían ciudades enteras, con sus obras de arte y sus monumentos. Y allí nació la idea. Debe haber habido un momento donde los dos hombres, enfervorizados, comenzaron a dibujar ese edificio: una gran torre que revelara, a quien supiera leerlos, todos los secretos que guardaba la Divina Comedia. Su arquitectura sintetizaría el legado cultural que podía desaparecer, y su objetivo secreto, atesorar en su interior, dentro de una estatua de bronce, las cenizas de Dante Alighieri y que el edificio se constituyese en un templo para Dante, un Danteum. Tenían el conocimiento, tenían el dinero y tenían las relaciones que la logia les ofrecía para encarar esa aparente locura.

El rascacielos latino

Guiados por las claves de la numerología de la Divina Comedia, compraron un terreno en la naciente Avenida de Mayo. Y fue al 1300, porque Dante era del siglo XIV. Eligieron un lugar por donde pasaba un arroyo ya entubado: el Tercero del Medio. El agua bendice, purifica y representa la abundancia material, y en el sótano se oiría correr el arroyo entubado debajo de una losa. En 1919 comenzó la obra. Los planos de Palanti eran revolucionarios: sería un edificio de cien metros de altura (cien son los cantos de la Divina Comedia), el más alto de Latinoamérica, y superaría cuatro veces los límites de altura permitidos en la zona. Había que conseguir un permiso especial. Tendría tres partes diferenciadas, cada una correspondiente al recorrido de Dante, guiado por Virgilio: Infierno, Purgatorio, y Cielo.

La obra, con muchos contratiempos, fue terminada en cuatro años. Cada rincón expresa una simbología numérica y en imágenes. El edificio se divide en dos cuerpos, con 11 oficinas en cada uno de los niveles; 22 son los pisos, al igual que las estrofas de los versos de la Divina Comedia. 11 más 22 da 33, el número más importante en la masonería. 7 son los elevadores, y si al 7 lo ubicamos como divisor de 22, el número de los pisos da 3,14, el número Pi, en relación a la proporción aurea. Planta baja y dos subsuelos, con 9 bóvedas, representan el Infierno, habitado por estatuas de serpientes, dragones y rosetones que, iluminados por abajo, dan la luz infernal. Del piso 1 al 14 es el Purgatorio, dos pisos por pecado. Luego, llega el Cielo, coronado por un faro que representa la luz divina, dentro de una cúpula de vidrio, con vista en 360 grados. Todo un remate inspirado en un templo de la India, el Rajarani Bhubaneshwar, dedicado a Shiva, llamado el “templo del amor”, en alusión al encuentro de Dante con Beatriz.

Final grotesco para una intriga esotérica

Barolo murió súbitamente en 1922 a los 52 años y nunca vio su proyecto terminado. La versión oficial se refería a un ataque cardíaco, pero en la calle se hablaba de suicidio o envenenamiento. Un episodio muy oscuro tal vez encierre el secreto. Una estatua diseñada por Palanti, llamada Ascensión, había sido encargada en Trieste. Era un águila con alas desplegadas cargando un hombre moribundo, obra de bronce hueca, de 2 metros de ancho por 1,50 de alto. Se decía que adentro escondería las cenizas de Dante Alighieri. Pero fue robada en el camino y nunca llegó a destino. Integrantes de la Fundación Palacio Barolo la buscaron durante años por anticuarios. La encontraron en Mar del Plata, en la casa de un coleccionista. La parte superior había desaparecido. En 2015 se hizo una réplica completa que está hoy en el hall del edificio. La pieza original finalmente recuperada está en el Museo, en uno de sus pisos.

El Palacio Barolo es Patrimonio Histórico Nacional desde 1997. Unas doscientas oficinas lo ocupan. El edificio llega a su centenario en excelente estado, gracias al trabajo incansable de Los Amigos del Palacio Barolo, una fundación con mucha creatividad que siempre encontró los recursos para cuidarlo.


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