Historias de nuestra comuna | Rincón Literario

Macedonio Fernández (1874-1952)

Escritor y abogado, referente del modernismo y de la vanguardia en su época, fue autor de una obra creativa, original y compleja, reflejada en poemas, novelas, notas humorísticas, cuentos, ensayos filosóficos y artículos periodísticos de carácter político. Buenos Aires, 7 de noviembre de 2011. Macedonio Fernández fue un hombre de Balvanera. Nació en 1874 y vivió su niñez en la Comuna 3 cuando su familia ya se había mudado a Piedad (hoy Bartolomé Mitre) 2120. En 1920 se casó en Nuestra Señora de Balvanera, y se mudó a Cangallo (Perón) 1835.

Luego de la muerte de su esposa, vivió en distintas pensiones del barrio y en una oportunidad le escribió a un amigo: “He cambiado de domicilio, es decir, estoy en la calle hasta que encuentre pieza. Si es cierto lo que temerariamente adelanta La Prensa de hoy en sus cinco columnas editoriales de Piezas se alquilan, en la calle Misiones 143 hay una pieza en que se puede estar sin estar en la calle. Es mi candidata. Pero espero confirmación; el propietario me alquiló mis cincuenta pesos y todavía no me ha entregado la pieza”.

Hablando sobre Fernández dijo alguna vez Jorge Luis Borges: “En 1926 Macedonio tenía una tertulia los sábados en la esquina de Rivadavia y Jujuy, en el Once, en la confitería La Perla, llegaba más o menos a las nueve, y el diálogo con él era siempre largo y nos quedábamos hasta el alba oyéndolo. Yo nunca he oído a una persona cuyo diálogo impresionara más, era admirable, un conversador. La certidumbre de que el sábado, en una confitería del Once, oiríamos a Macedonio explicar qué ausencia o qué ilusión es el yo, bastaba para justificar la semana”.

“Macedonio no quería publicar, no tenía ningún interés en publicar, y no pensó en lectores tampoco. Él escribía para ayudarse a pensar, Macedonio vivía pensando, se asombraba de las cosas y quería explicárselas. Y le daba tan poca importancia a sus manuscritos, que se mudaba de una pensión a otra, y eran siempre pensiones, o del barrio de los Tribunales o del barrio del Once, donde había nacido, y abandonaba allí sus escritos. Entonces, nosotros lo recriminábamos por eso, porque él se escapaba de una pensión y dejaba un alto de manuscritos, y eso se perdía. Nosotros le decíamos: Pero Macedonio, ¿por qué hacés eso?; entonces él, con sincero asombro, nos decía: ¿Pero ustedes creen que yo puedo pensar algo nuevo? Ustedes tienen que saber que siempre estoy pensando en las mismas cosas, yo no pierdo nada. Volveré a pensar en tal pensión del Once lo que pensé en otra antes. Pensaré en la calle Jujuy lo que pensaba en la calle Misiones”.

De todas sus obras, tan sólo llegó a publicar una, No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928), a instancias de Raúl Scalabrini Ortiz y Leopoldo Marechal. El resto de su producción literaria se editó con posterioridad a su muerte gracias al interés de sus amigos. Algunas de sus obras más destacadas son Papeles de Reciénvenido (1930), Una novela que comienza (1941), Continuación de la nada (1945), Poemas (1953), y Museo de la Novela de la Eterna (1967).

Durante 1891-1892 publicó en diversos periódicos una serie de páginas costumbristas incluidas más tarde en Papeles antiguos, primer volumen de sus Obras completas También publicó en La Montaña, diario socialista dirigido por Leopoldo Lugones y José Ingenieros. En 1922 dirigió junto a Borges la segunda época de la revista Proa, que se prolongó hasta 1925.


Poema Al Astro de Luz Memorial
(…)Qué es la luna no lo sabemos hombres y aún artistas y poetas, qué sentido tiene su ser y sus modos, su adhesión a la tierra, su seguimiento al sol, su mediación mnemónica entre la tierra y el sol y por qué quiere hacer diurnales unas y no otras de las noches terrenas, y tantas cosas más neciamente explicadas, que de ella ignoramos pero que sólo puede explicarlas la doctrina del misterio.
(…)Todavía no poeta, no soy poeta, no hay poeta, pues de eso no se sabe. Hasta ahora, pues, sólo vivimos.
(…)La ciencia nada explica, es evidente; pero el poeta no lo dijo nunca tampoco, aún.
Y yo miraré la próxima luna todavía sin entenderla.
Oh luna, que puede amarse, bien me pareces pobrecita del cielo.

Poemas. 1953

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