Historias de nuestra comuna | Curada milagrosamente por Pancho Sierra

La Madre María

María Salomé Loredo nació en un pueblo de Castilla la Vieja el 22 de octubre de 1854. Como tantos inmigrantes españoles, a los quince años viajó a Argentina con su familia radicándose en Saladillo, provincia de Buenos Aires. María se casó dos veces con ricos hacendados lugareños. Con una muy buena posición económica, en 1880 se mudó a Balvanera junto a su segundo marido. En medio de la profunda crisis política económica y social que atravesaba el país, la pareja adquirió una propiedad en La Rioja 771. Recién instalada en su nueva casa, María comenzó a acercarse a sus vecinos pobres repartiendo su fortuna entre las personas más necesitadas. Buenos Aires, 8 de setiembre de 2015. Dos hechos marcaron su vida de allí en más: la curación de un cáncer de mamas por obra de Pancho Sierra, famoso sanador de la época que recibía a multitudes de pacientes en su estancia de Pergamino y los trataba simplemente con agua de su aljibe y la muerte de su marido. A partir de entonces dedicó su vida a los necesitados. Recorrió los conventillos y barriadas pobres de Balvanera y alrededores ayudando a quienes lo precisaban: repartió bienes entre los menos favorecidos, visitó hospitales, zonas marginadas, conventillos, distribuyó ropa y alimentos, conversó con cada uno de ellos, consiguió trabajos, resolvió problemas y predicó sencillos sermones cristianos en la sala de su casa.
Cuentan sus biógrafos que a fines de 1892, María tuvo un acceso místico y cuando volvió en sí, anunció que sería “la continuadora de Cristo en la Tierra”, con miras a “la regeneración espiritual de la humanidad”. De pronto adquirió tanta fama que su casa comenzó a llenarse de gente, convirtió la sala en un templo y se dedicó a predicar el Evangelio ante miles de fieles que acudían a escuchar sus consejos y a ser curados también, transformándose en el mayor hito de la religiosidad popular del siglo en nuestra ciudad. Siempre insistió en que no era ella quien curaba, sino la mano de Dios dando a sus fieles sólo consejos de catecismo y exhortaciones para que conservaran la fe, expresando que no era curandera, ni adivina, ni manosanta. Sus palabras atraían a una multitud de curiosos, gente desesperada, enfermos en busca de un milagro y a quienes necesitaban consejos. Un asiduo visitante de la casa era Hipólito Yrigoyen.
La serie de milagrosas curas que de inmediato se le atribuyeron fueron motivo de varias detenciones por parte de la policía y de que se la acusara de ejercicio ilegal de la medicina. El 14 de julio de 1911 se le inició proceso y un año y medio después se cerró la causa con la sentencia del Juez Pedro Obligado: “No se puede condenar a la acusada. Ella no receta, ni entrega amuletos, ni adivina, ni cura. Habla para quienes quieren escucharla. La acción legal es imposible”.
Molesta por la excesiva vigilancia policial, en noviembre de 1915 María dejó su casa de Balvanera y se radicó en Temperley para difundir su doctrina, nombró “apóstoles” que más tarde serían sus continuadores y creó templos en todo el país.
Su muerte ocurrida el 2 de octubre de 1928 registró una de las grandes manifestaciones de dolor popular. Una multitud la veló en su casa y acompañó el féretro hasta el Cementerio de Chacarita donde hasta el día de hoy los fieles le llevan claveles blancos y rojos, especialmente el 2 y el 22 de cada mes y los días de la Madre y de los Fieles Difuntos.
Norberto Alonso

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