Comunales | Palacio de Aguas Corrientes
130 años de un hito
Impulsan la conmemoración de los 130 años del Palacio de Aguas Corrientes de Balvanera, inaugurado en 1894 por el Presidente Luis Sáenz Peña. Se trata de un destacado mojón de la política de saneamiento ambiental de la ciudad, como política pública promovida a consecuencia de las epidemias de fiebre amarilla, cólera y tifus que habían golpeado a los porteños entre 1852 y 1871.
Buenos Aires, 6 de agosto de 2024. El legislador porteño Francisco Loupias (UCR) presentó un proyecto de Declaración para que la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires conmemore el 130° aniversario de la inauguración del Palacio de Aguas Corrientes, cuyo nombre oficial es “Gran Depósito Ingeniero Guillermo Villanueva”, ubicado en la Av. Córdoba Nº 1950, en el barrio de Balvanera. El edificio es un Monumento Histórico Nacional desde 1989.
En los fundamentos del proyecto de Declaración asegura que se trata de “un destacado edificio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”, que “En su momento tuvo un gran valor sanitario y funcional, y sigue siendo un baluarte, un ícono de la arquitectura de la ciudad”, se agrega.
Historia del Palacio
El Palacio de Aguas Corrientes (llamado oficialmente Gran Depósito Ingeniero Guillermo Villanueva) es un edificio emblemático de la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Fue construido para alojar los tanques de suministro de agua corriente de la creciente ciudad a fines del siglo XIX, envueltos en un exterior suntuoso de materiales importados cuyo arquitecto fue el noruego Olaf Boye (1864-1933), que, llegado a Buenos Aires en 1885, trabajó con renombrados arquitectos locales como Juan Antonio Buschiazzo, Adolfo Büttner y Carlos Altgelt. La supervisión del proyecto estuvo a cargo del sueco Carlos Nyströmer. Se encuentra en la Avenida Córdoba Nº 1950, en el barrio de Balvanera, y está clasificado como Monumento Histórico Nacional.
Historia
En la segunda mitad del siglo XIX, la ciudad de Buenos Aires comenzó a crecer rápidamente, recibiendo sucesivas oleadas migratorias y consolidándose como puerto. El progresivo aumento de la población trajo con él los problemas del hacinamiento y la falta de preparación de los servicios públicos para abastecer a una cantidad cada vez mayor de personas.
Las epidemias comenzaron a abundar: en 1867 el cólera mató a 1500 personas, en 1869 la tifoidea mató a 500, y en 1871 aconteció la histórica epidemia de fiebre amarilla que se llevó a 14.000 de las 178.000 personas que vivían en Buenos Aires. No había sido la primera. Las epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires (enfermedad transmitida por el mosquito Aedes aegypti) tuvieron lugar en los años 1852, 1858, 1870 y 1871. La suscitada en este último año fue un desastre que mató aproximadamente al 8 % de los porteños: en una urbe donde normalmente el número de fallecimientos diarios no llegaba a 20, hubo días en los que murieron más de 500 personas, y se pudo contabilizar un total aproximado de 14 000 muertos por esa causa, la mayoría inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de Europa.
Ante los signos alarmantes del deficiente sistema de agua potable, las autoridades del recién unificado país tomaron la decisión de proveer a la capital de una red de agua corriente de avanzada, aprovechando una época de abundancia económica y de prosperidad. Siguiendo los planes del ingeniero civil inglés John Bateman de 1886, el gobierno nacional decidió que el depósito de aguas se instalaría en la zona norte de la ciudad, y se proveería a la misma de caños subterráneos, con la voluntad de que el edificio del depósito fuera un edificio fastuoso, cuyo presupuesto alcanzó los 5.531.000 de pesos fuertes.
La compañía Bateman, Parsons & Bateman estuvo a cargo del proyecto, y al poco tiempo se decidió privatizar las obras de salubridad debido a la falta de fondos del Estado. La compañía Samuel B. Hale y Co. se hizo cargo de los trabajos, adjudicando los trabajos de fachada exterior a Juan B. Médici, que fueron dirigidos por el ingeniero Nyströmer y el arquitecto Boye (por ese entonces empleados de Bateman, Parsons & Bateman). Las obras comenzaron en 1887, emplearon a 400 obreros y finalizaron en 1894, siendo inaugurado el edificio por el presidente Luis Sáenz Peña.
Sucesivamente, el depósito fue operado por Obras Sanitarias de la Nación (que ubicó allí sus oficinas hacia 1930), Aguas Argentinas y Agua y Saneamientos Argentinos (actualmente). En 1989, mediante el decreto 325, el Palacio de Aguas Corrientes se transformó en Monumento Histórico Nacional.
El edificio es uno de los más exuberantes de Buenos Aires, y una muestra de la arquitectura ecléctica que encantaba a las clases altas que gobernaron la Argentina hasta 1916. El estilo puede encuadrarse dentro del impuesto en el Segundo Imperio Francés, y se destacan las piezas de cerámica policromada y los abundantes ornamentos en la fachada.
En sus tres niveles, contiene 12 tanques de agua (provistos por la firma belga Marcinelle et Coulliet según licitación de diciembre de 18862) con capacidad total de 72 millones de litros de agua, con un peso calculado de 135000 toneladas. Estos son sostenidos por una estructura portante de vigas, columnas y cabriadas metálicas. Las paredes son de hasta 1,80 metro de espesor, y sostienen a las 180 columnas, distanciadas seis metros entre sí. Se levantaron con ladrillos cocinados en un establecimiento que se instaló en la localidad de San Isidro. En el centro del palacio, un patio interno provee de luz y aire a los ambientes.
Sin embargo, es la fachada lo más conocido y admirado del Palacio de Aguas Corrientes. Su revestimiento fue realizado en 130 mil ladrillos esmaltados y 300 000 piezas de cerámica importados de Bélgica1 e Inglaterra y numerados para facilitar su colocación. Las piezas de mármol que pretendían cubrir la fachada en el proyecto original fueron reemplazadas por piezas de terracota elaboradas en las fábricas Royal Doulton & Co., de Londres, y Burmantofts Company, de Leeds. Los techos fueron realizados en pizarra verde traída de Francia.
La idea de transformar un depósito de tanques de agua en un palacio ha recibido numerosas críticas, en general en relación con la falta de necesidad de dotar a una instalación de este tipo de semejante lujo, considerándolo una exageración y un derroche. Sin embargo, era usual en esos tiempos que edificios de funciones utilitarias, como depósitos o terminales ferroviarias, fueran envueltas en exteriores de aspecto palaciego.
Los hierros eran belgas, los ladrillos a medias ingleses y a medias argentinos, pero el exterior era una gloriosa fantasía victoriana fabricada en Gran Bretaña y traída desarmada desde allá, 300.000 piezas de revestimiento sólo para las cuatro fachadas.
Actualidad
En su interior funcionan el Museo del Patrimonio Histórico, el Archivo de Planos Domiciliarios, y dependencias administrativas de la empresa. En 2015 la empresa estatal Aysa comenzó la primera etapa del Plan de Recuperación Progresiva del Palacio de Aguas de la avenida Córdoba, para restaurar sus torres, cresterías y pizarras luciendo como en 1894.
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