Porteñas | Educación a distancia

El gran desafío

La cuarentena forzó un escenario inédito para la comunidad educativa. En estos dos meses, los y las docentes debieron recurrir a distintos métodos para combinar el contenido pedagógico, la interacción con los alumnos y la falta de recursos tecnológicos. Conversamos sobre sus experiencias con tres maestras y un maestro de escuelas primarias públicas porteñas. Por Mateo Lazcano, para la Cooperativa de Editores EBC
Buenos Aires, 9 de junio de 2020. El viernes 13 de marzo, alumnos, docentes y directivos se despidieron de las escuelas deseándose “buen finde”. El ciclo lectivo 2020 llevaba sólo dos semanas. Para ese entonces transcurrían rumores de que las clases se suspenderían por la pandemia, pero no había nada confirmado. Luego el panorama cambió por completo y la comunidad educativa debió acomodarse a un nuevo escenario: el de la educación a distancia.

Ya van más de 60 días con ese formato educativo, creado de emergencia ante la imposibilidad de las clases presenciales. Una modalidad que nunca habían puesto en práctica, y en medio de la incertidumbre de la crisis sanitaria. Si bien la medida rige en toda la ciudad, no se experimenta de la misma manera en los distintos barrios, y la realidad socioeconómica termina imponiéndose contra cualquier voluntad. Los y las docentes son atravesados por un crisol de emociones ante este inédito escenario.

“Yo considero que no estoy educando a distancia. Yo no me capacité para ello y tampoco es algo que me interese profesionalmente. En mi parecer, lo que hacemos es educar en un contexto de emergencia, que no es lo mismo”, señala Julieta Petrelli Russo, quien tiene a su cargo dos cursos en dos escuelas de Villa Crespo. La adaptación a la nueva modalidad no fue sencilla para esta joven docente. “Traté de hacer un equilibrio entre mis conocimientos tecnológicos y mis estudios pedagógicos. Consulté a colegas, investigué, y decidí realizar por Zoom juegos, actividades lúdicas para mantener la interacción”, explica.

Un método similar aplicó su colega Gabriela Molina, quien dicta clases en Caballito. Esta maestra dice que el aula es “imposible de reemplazar”, y que la comunicación virtual “es muy difícil”. “Se corta, se traba, no se puede escuchar lo que van diciendo”, afirma. De todos modos optó por realizar encuentros para no perder el vínculo con los alumnos.

“Las clases se cortaron poco después de arrancar. Tengo una alumna que estaba de viaje en ese momento y nunca la vi cara a cara”, cuenta Liliana Roco, docente en Floresta. Ella optó por armar “Power Points” y tratar de emular al pizarrón, también vía Zoom. “Al principio los chicos estaban muy tímidos, era bastante extraña la situación. Pero después se soltaron”, agrega.

Pablo Rodríguez es docente en La Boca, una de las zonas más postergadas. “En la pandemia, las dificultades de siempre se ven agravadas. Y la escuela siempre fue un lugar para, con un abrazo o una palabra, poder resistir a ello. Nuestro desafío es mantener esa contención”, dice. Este educador asegura que el Whatsapp es la única forma para llegar a la mayoría de ellos. Y eso logra mantener el rol social que los docentes tienen para esa población. “Me consultan a veces: `Profe, donde puedo conseguir una garrafa´, por ejemplo”, manifiesta.

El de la conectividad es el principal problema que trae esta inédita experiencia. Si bien los docentes consultados son de distintas zonas, todos coinciden en que tienen familias con dificultades para la conexión. “La comunicación es muy dispar, y se genera una gran diferencia entre los que pueden comunicarse y los que no”, sostiene Molina. “La escuela tiene 30 tablets, pero no pueden salir de ahí. Y hay muchos pibes que están a la deriva por no tener los recursos”, lamenta Petrelli Russo. Roco agrega que “muchas familias tienen celulares con pocos datos, y no pueden descargar los archivos. O no tienen computadoras, y están bloqueadas las del Plan Sarmiento”. 

Para facilitar la comunicación, la gran mayoría de los docentes pasó su número de celular a los padres de sus alumnos. Whatsapp resultó la herramienta más utilizada para comunicarse y superar las desigualdades vinculadas a los dispositivos o la conectividad. A través de la aplicación, los y las educadoras utilizan múltiples caminos: grupos, contacto individual, en pequeños grupitos, videos, fotos o audios. 

Pero a la vez, esto trajo complicaciones. “Yo recibo mensajes un sábado a las 10 de la noche”, comenta Petrelli Russo. “Me pasa que algunos escriben para pedir que les mande más y otros me contactan diciéndome que no pueden con todo lo que les envío. Es muy difícil satisfacer a todos, y eso genera una gran presión”, agrega Roco. 

Muchos de los docentes sienten que parte de su tarea es también mantener el ánimo de los alumnos, sobre todo aquellos de séptimo grado que esperaban ansiosos el año de su egreso. “Se habían hecho el buzo y no lo pudieron usar. Algunos se los ponen en los encuentros de Zoom”, señala Roco. “Creo que tenemos también ese desafío, que el espíritu y el clima del grupo, que vive su último año, se mantenga. Yo los veo con muchas ganas de volver a la escuela, se nota que se extrañan”, cuenta Molina. “Tenemos que contener. No se trata de exigir nada sino de acompañar. Es parte de nuestra tarea incluso llevarles esperanza y tranquilidad a los pibes”, enfatiza Rodríguez.

A este listado de emociones que transitan los y las educadoras le falta el otro lado: el de sus alumnos. Pero ahí, los docentes se muestran más que satisfechos. Todos coinciden en que, salvo alguna excepción, la mayoría mantiene el deseo por aprender, responde los pedidos y se muestra interesado por seguir las clases. Y que todos añoran que llegue el día en que puedan volver a verse las caras y compartir ese ambiente irremplazable: la escuela.


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