Editorial | El marketing como política

La campaña permanente

De a poco se fue instalando en las prácticas de las sociedades democráticas la idea de que se vive en campaña electoral permanente. Los mandatos de ciclos cortos, como en nuestro caso, que obligan a elecciones cada dos años, refuerzan esa tendencia.
Buenos Aires, 3 de abril de 2018. El perpetuo sondeo de opinión y la persistente presión para generar noticias de impacto positivo en la población, ahora reforzado por el uso tramposo de las redes sociales sembrando noticias falsas u hostigando voces opositoras, terminan transformando a la política en una operación de marketing en la que se justifica todo sólo por su impacto social inmediato.

La gestión macrista descubrió hace tiempo que la proliferación de obras públicas permitía multiplicar la presencia del color amarillo en las calles de la ciudad, generar valoraciones positivas en una parte consistente del electorado y hacer buenos negocios con los amigos contratistas que, a veces, son los mismos comitentes o sus socios. Un combo perfecto, sin fisuras. Y una máquina de ganar elecciones, administrando el tercer presupuesto más alto del país. 

Mientras que los problemas que se esquivaron a cambio de escenografías vistosas no reaparezcan estallando en la agenda inmediata y reclamando ser resueltos, el juego puede continuar. 

Lo que se perdió en el camino, es la visión de largo plazo de nuestra Buenos Aires. Su condición de parte de una metrópolis vasta y compleja, con la que existen intensos intercambios cotidianos. Así se postergó el subte para privilegiar el Metrobús, presentado como una alternativa, aunque sólo se trate de un complemento, que privilegia el transporte público de superficie frente al automóvil particular. Buenos Aires, que supo ser la primera ciudad de nuestra región en contar con líneas de subterráneos, hace tiempo perdió la delantera en cuanto a extensión, frecuencia y modernidad de su equipamiento. Cuando vuelve a discutirse una concesión de dudosa legalidad y oportunidad para operar nuestro sistema de subterráneos (ver nota en esta edición), se continúa desalentando su uso al incrementar la tarifa por encima de la inflación. 

También, se dejó de lado una resolución ambientalmente responsable del problema de la basura, como establecía la Ley de Basura Cero, hoy caída en el olvido, aunque esté vigente. En el límite, cuando ya se agotó con creces la capacidad de recibir residuos compactados en los nuevos basurales de José León Suárez, reflotan la vieja y mala idea de incinerar la basura dentro de la ciudad. De lograrlo, habrá nuevos fusilados en el basural. Esta vez serán el cuidado del medio ambiente y la responsabilidad ecológica con las futuras generaciones. Los porteños seguiremos trabajando para el calentamiento global. Otro tanto sucede con el Riachuelo y su saneamiento integral. La recuperación de las barriadas pobres conformadas en sus riberas avanza con una lentitud pasmosa, cuando lo hace. Y la contaminación de sus aguas continúa por falta de obras y controles.

Las malas políticas no son irreversibles. Pero cambiarlas exige nuevas mayorías. La oposición trabaja en tiempo de descuento para conformar una alternativa que movilice las expectativas de las ciudadanas y ciudadanos comprometidos con una nueva mirada de la gestión de lo público. La repetición de figuras desgastadas por sucesivos fracasos, no puede ser una salida. Lo nuevo tiene que parecerlo, además de serlo. También su agenda. 

Hasta ahora la problemática ambiental no ha ganado la visibilidad política que tiene en la vida diaria de miles de habitantes de nuestra ciudad. Personas preocupadas por su bienestar y por el cuidado del ambiente, que muchas veces sólo alcanzan a percibir superficialmente la trama de condicionamientos sociales que nos entrampan para persistir en el agravio a nuestro único planeta. Interpelarlas será necesario para producir el cambio. 

                     Lic. Gerardo Codina



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