Porteñas | Fantasía y realidad de un hombre maduro

Yepeto

Yepeto, de Roberto Cossa, se estrenó en el Teatro Nacional Cervantes. Ahora con la puesta de Jorge Graciosi, en la que lo personal surge a la manera de piezas de un rompecabezas que guarda relación con aspectos de la historia colectiva y, en el caso del personaje del Profesor, con el ambiente cultural de una época de efervescencia literaria. Buenos Aires, 27 de junio de 2011. La obra de Tito Cossa cuenta la historia entre un escritor y docente cincuentón y un joven deportista, quienes en un breve lapso de tiempo se encuentran varias veces. Los une el amor a la misma mujer, una adolescente estudiante de literatura, alumna del primero y novia del segundo. El mundo femenino, la complejidad del proceso de la creación artística, van apareciendo en este enfrentamiento generacional a través de un lenguaje cotidiano, directo, con un toque de humor, convirtiendo a esta obra en una poética y a la vez lúcida reflexión sobre el amor.

"Yepeto" se forja tras una experiencia personal de Cossa con varios alumnos o “pinochos” de teatro. Es la historia de un profesor enamorado de su alumna, la hermosa Cecilia, y la relación que establece con el novio de ésta quien, cegado por los celos, se enfrenta a él disputándose el amor de la misma mujer.

Cecilia, que no aparece en escena, es el hilo conductor de las conversaciones de profesor y alumno sobre temas como la complejidad femenina, los sentimientos y el proceso de creación artística. Cossa nos muestra su interés acerca de las relaciones humanas enfrentándonos a un triángulo amoroso y a un enfrentamiento entre la realidad y la poesía como fondo de un montaje que enfrenta juventud y madurez. Presenta con humor y sencillez el conflicto generacional entre un hombre de 50 años y dos jóvenes de 17 años.

Cada quien confronta sus carencias. Yepeto conoce el mundo por su experiencia, pero por el paso inevitable del tiempo hace rato perdió gran parte de su vitalidad y fuerza física. Antonio en cambio es irreverente y físicamente atractivo. Cecilia es joven, bella e intelectualmente virgen, pero a la espera de ser seducida. Antonio y Yepeto tratan de aprovechar la ventaja que uno tiene sobre el otro, un planteamiento que, citando a Jacques Lacan, se resume en la siguiente paradoja: uno quiere ser completo para los otros pero no puede darlo todo. Como si se tratara de un juego de espejos, el maestro Yepeto, en sus ratos libres, escribe una novela que protagonizan tres personajes: una joven mujer, su tutor y un teniente de húsares. “El amor a veces se vive mejor en la imaginación que en la vida real”, dice Cossa.

El misterio que despertó y alentó el Profesor sobre su persona quedó atrás. Una experiencia que probablemente refuerce su queja y le señale que es tarde ya, que es hora de rendirse ante la evidencia de un presente ilusorio. Ese señor maduro, instruido e ingenioso, que ama la vida y se enamora de una de sus alumnas, apenas puede competir con el novio de la adolescente, pero intenta el acercamiento. Sostenida y animada por un diálogo vivaz, la anécdota que desarrolla Yepeto va más allá de lo que enuncia.

En esta segunda versión de la obra estrenada en 1987, lo elemental y retorcido del pensamiento de los contrincantes en amores invitan a descubrir aspectos de la personalidad del hombre que siente el paso de los años y el peso de los desencuentros sentimentales e ideológicos. Pero no todo es transparente, y la puesta de Jorge Graciosi, con sus penumbras y juego de luces, resguarda esas zonas difusas. La irrealidad no es entonces ajena al encuentro que se produce entre el Profesor y Antonio, el joven celoso de la admiración que aquél despierta en su novia. Está claro que ésta no es una simple arremetida ni un discurso trivial entre fogosos amantes. La irrupción del muchacho en la casa del Profesor tendrá consecuencias más allá del reclamo de dejar en paz a Cecilia (Anahí Gadda), la alumna bonita y talentosa, autora de poemas que el hombre maduro aprecia.

La historia personal surge aquí a la manera de piezas de un rompecabezas que guarda relación con aspectos de la historia colectiva y, en el caso del Profesor, con el ambiente cultural de una época de efervescencia literaria. De ahí que se recuerden títulos de libros, obras de autores que el espectador tal vez no tenga presente, pero que el desarrollo de la acción torna accesible, porque este señor es también un tipo que va de frente, ama a las mujeres, lo apasiona el fútbol y no ha perdido el lenguaje barrial.

En el contrapunto, el muchacho dedicado al deporte y negado en materia literaria, aguijonea al “viejo indecente”. En ese match de palabras, el Profesor cobra fuerza sosteniendo un diálogo picado y demostrando una interioridad fértil. Intenta equilibrar la pérdida de la juventud con frases y disquisiciones que no suenan elitistas a la platea, aun cuando mencione a creadores que hoy no se hallan entre los más requeridos. Un voluntarismo que, sin embargo, no alcanza para disipar la imagen del solitario que se inventa amantes. La tensión aparece cuando el hombre descubre que en uno de los poemas escritos por la alumna, la joven se refiere a él con el nombre de Yepeto. ¿Se refiere al carpintero Yepeto que deseaba un hijo y creó a Pinocho? “No, al de los anteojitos, el carcamán”, dice y juzga con tristeza el Profesor.

Existe en la obra una pasión narrativa que revela la pulsión de escribir y existir, y no precisamente en el plano de la pura fantasía. Las anotaciones rápidas e incisivas del texto son traducidas de forma apasionada por Manuel Callau, en el rol de un Profesor que aun en la desesperanza apela al lujo de ejercitar el humor y la ironía. De ahí que resulten destacables las escenas que requieren capacidad para un análisis inmediato, transformado en la obra en cómica observación o autocrítica.

En el papel de Antonio, Martín Slipak demuestra sintonía en el contrapunto y en las secuencias que le exigen transparentar desamparo o fortaleza. El desnudo teatral de su personaje (un pedido del Profesor) denota furia contenida y afianzamiento de su juventud. Ese es el cuerpo que le gusta a su novia, la “escultura” con la cual el hombre maduro no puede medirse. La desarticulada realidad ficcional que prospera en Yepeto permite innumerables lecturas. El devenir de la anécdota es sinuoso y apunta a cuestiones tales como el temor a la evidencia y al conflicto que cada cual tiene respecto de su imagen física.

Ante el embate del cuerpo, el hombre intenta reducir el impacto y acude a hechos concretos y mistificaciones. El Profesor enamorado se defiende, pero ¿de qué le sirve?: “A mi edad –dice– Thomas Mann escribió La Montaña mágica, Goya pintó Los fusilamientos del 3 de Mayo, Tchaikovsky compuso la Sinfonía Patética y Juan Sebastián Bach tuvo dos hijos”. Estas disgregaciones suman complejidad a una puesta que delinea el crecimiento interior de los personajes en pugna entre expresiones de filoso humor. El papel de la mujer es otro. Se la muestra cercana y distante al mismo tiempo. Ella es quien reúne aquí la fantasía del arrebato, la sexualidad y la posibilidad del encuentro. Aun así, difusa, la obra refleja una concepción totalizadora de la situación que se desarrolla en escena, donde la soledad y la rebeldía se manifiestan sin alharacas sentimentales.

YEPETO
(Segunda versión)
De Roberto Cossa
Elenco: Manuel Callau, Martín Slipak y Anahí Gadda.
Diseño sonoro: Malena Graciosi.
Iluminación: Lautaro.
Asistencia de dirección: Vanesa Campanini.
Fotografía: Gustavo Gorrini.
Dirección: Jorge Graciosi.
Producción del TNC: Lucero Margulis.
Lugar: Sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815.

Compartir nota en las redes sociales Enviar Imprimir

Dejanos tu comentario