Sociedad | Nota de opinión

Maradona y la grieta

La conmoción causada por la súbita muerte de Maradona puso otra vez al desnudo todas las contradicciones de nuestra sociedad, incluida la política. La pugna en torno de los desbordes represivos que opacaron su funeral fue una muestra de lo que está en juego. Imposibilitados de apropiarse del astro boquense que, explícitamente y a lo largo de toda su trayectoria los repudió, optaron por embarrar el sepelio.
Buenos Aires, 1º de diciembre de 2020. Fueron ayudados por las propias torpezas del gobierno nacional. Otra vez pecaron de ingenuos los que planifican esas jugadas, como cuando la movilización virtual del 17 de octubre o con el anuncio de la nacionalización de Vicentín. No supieron anticipar el exceso emocional de un pueblo que llora a su ídolo y quisieron ponerle horarios. Del otro lado hay un equipo, derrotado pero con recursos, que juega con malicia. Un equipo que mezcló perversamente el conflicto familiar de los Etchevehere con el drama social de la ocupación de Guernica, para reclamar por el respeto a la propiedad privada que el gobierno nunca amenazó. Esa lección es la que cuesta aprender.   

A Maradona le tienen rabia. Porque simboliza la rebeldía de los de abajo, que atropellan para hacer valer su dignidad. Porque les molesta su nacionalismo, el mismo que lo hizo desbordarse para derrotar a los ingleses en el  86, como revancha simbólica de Malvinas. Porque les molesta que además de ser un mago con su zurda, se haya identificado con la izquierda continental. Le tienen rabia porque condensa lo contrario a ellos. 

Entre Macri y Maradona hay y habrá una inmensa grieta, que también se expresa en el fútbol. Es la que existe entre el juego en la cancha, donde valen el talento y la picardía de los potreros y el negocio fabuloso del fútbol internacional y sus empresarios. Entre los sueños de las pibas y los pibes más pobres del planeta que lo juegan en cualquier lado porque es barato y el enorme negocio de los intermediarios y los representantes, que explotan su talento. 

Ese negocio se multiplicó por mil con la televisión y la posibilidad abierta desde hace algunas pocas décadas, de ver jugar en directo a equipos que disputan a decenas de miles de kilómetros. Y de tener la oportunidad de volver a ver partidos y jugadas una y otra vez. El ascendiente mundial de Maradona es una consecuencia directa de esa revolución tecnológica. Y se nutrió de su capacidad para generar noticias también fuera de la cancha.

Para los argentinos, la figura de Maradona es un salvoconducto que abre puertas en todo el mundo. Pero además, él se apropió de otro argentino internacional, el Che y lo insertó más profundamente en el sentimiento popular peronista de nuestras barriadas. Su presencia en la Cumbre de los Pueblos de 2005 al lado del comandante Chávez sintetizó esa toma de posición ideológica, de la que nunca claudicó. En las buenas y en las malas, el Diego jugó siempre para el mismo equipo, desde Cuba hasta Argentina, recorriendo toda nuestra América.

Como no fue un gesto oportunista de ocasión, también se puso la camiseta de los negros del sur de Italia para llevarla lo más alto que fuera posible. Lecciones de ética militante que fue desparramando con ternura a lo largo de toda su tumultuosa vida. Un tipo que nunca se olvidó del hambre de sus orígenes y al que nunca sus méritos lo hicieron sentirse superior a los nadies, al decir de otro grande que partió hace poco, Pino Solanas.  

A ese Maradona el pueblo aprendió a quererlo y perdonarle sus macanas que, al fin y al cabo, lo volvían más humano. Habrá una dimensión mítica maradoniana en la cultura popular argentina, como sucedió con Gardel. El Diego jugará cada día mejor, hará mejores gambetas en la memoria colectiva, su nombre se coreará en las canchas saludando las mejores jugadas. Pero nunca se sentará a la mesa de los explotadores.
 
Lic. Gerardo Codina  


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