Comunales | Recuperación de la Confitería del Molino

Firman convenio

La comisión bicameral encargada de la administración y recuperación patrimonial del edificio de El Molino firmará hoy un convenio de colaboración con el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda de la Nación. La firma se realizará a las 16 en el Salón Delia Parodi de la Cámara de Diputados de la Nación. La semana pasada hizo su primer ingreso al inmueble el equipo de restauradores.
Buenos Aires, 14 de agosto de 2018. El convenio que se firmará hoy establecerá un marco de cooperación conjunta para la definición del proyecto de restauración edilicia y recuperación de ese patrimonio histórico y arquitectónico que, como se sabe, ha sido transferido al Congreso de la Nación después de un trámite de expropiación.

La semana pasada entró el primer equipo de restauradores para comenzar el diagnóstico y los trabajos en la célebre confitería. Un equipo de treinta expertos trabajará para restaurar la vieja Confitería El Molino. Ya comenzaron con la limpieza de muros y el relevamiento del estado de la carpintería en la confitería y los salones del primer piso. 

Así, el edificio de la Confitería del Molino, a 102 años de inaugurado y a dos décadas de ser simplemente abandonado, está dando sus primeros pasos para volver a la vida. La semana pasada entraron al lugar, recientemente entregado al Congreso Nacional, los primeros diez restauradores de un equipo que tiene varios años de trabajo por delante. 

Como se ve en las fotos, el Molino es una ruina en la que nada funciona, un edificio saqueado de sus ornamentos que hace casi medio siglo que no recibe el mínimo mantenimiento para seguir entero. Y sin embargo, recorrerlo es percibir su gloria, reimaginar su belleza bajo la ruina y soñarle un futuro espléndido.

El Molino nació en la esquina de Solís y Rivadavia, fue demolido para las plazas de Los Dos Congresos hacia el Centenario y tuvo una segunda reencarnación en Rivadavia y Callao con Caetano Menna al frente. Fue este italiano próspero y de buen ojo el que le encargó un nuevo edificio al muy joven compatriota Francesco Gianotti, que estaba construyendo ese asombro que fueron las galerías Guemes, de lejos lo más alto que había en esta ciudad. 

Extrovertido, barroco, dueño de un estilo muy peculiar que cuesta clasificar más allá de la obvia paleta Art Noveau a la italiana, Gianotti fue una apuesta para la fama. Lo que hizo en esa esquina en menos de dos años y logró inaugurar el 9 de julio de 1916 fue para la historia, un edificio destinado a la fama, algo que todo el mundo visitaba aunque sea una vez en la vida.

Para construir este valioso exponente de la Belle Époque, Gianotti hizo traer todos los materiales de Italia: puertas, ventanas, mármoles, manijones de bronce, cerámicas, cristalería y más de 150 metros cuadrados de vitraux. El edificio tuvo una estructura de hormigón armado, material aún novedoso en esa época en que todavía se construía con ladrillo y losas de bovedilla catalana. La empresa alemana GEOPÉ estuvo a cargo de la obra, aportando su conocimiento y manejo del material, en esa época conocido como "Cemento Portland".

El inmueble, que tiene la forma básica del edificio académico típico de Buenos Aires, está constituido por tres subsuelos, una planta baja y cinco pisos. Los salones para fiestas estaban en la esquina, y los tres subsuelos alojaban una planta de elaboración integral, una fábrica de hielo, las bodegas, los depósitos y el taller mecánico. La envolvente superior servía para viviendas y oficinas. Para que no interfirieran con la actividad de la confitería las columnas de hierro fueron colocadas de manera que sostuviesen los subsuelos y la planta baja y sobre ellas se colocó la estructura de hormigón armado que sostiene el resto del edificio.


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