Comunales | Puesta en valor postergada

La confitería del olvido

Los tiempos que corren son impiadosos. Los banqueros no saben de sentimentalismos. Puestos a recortar gastos "inútiles" en su vocabulario, obras como la puesta en valor de la histórica Confitería del Molino seguramente quedarán postergadas, hasta que cambien los vientos de la economía nacional. Entre tanto, el viejo edificio seguirá su inevitable deterioro y Buenos Aires continuará mostrando su lado más feo a los visitantes.
Buenos Aires, 5 de junio de 2018. A principios de este año, la emblemática y tradicional confitería El Molino pasó a ser propiedad del Congreso de la Nación. La decisión fue tomada por el Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda y volcada en la Resolución 18-E/2018 que se publicó en el Boletín Oficial.

La norma repasa la historia de la confitería, sus problemas y sus vicisitudes y le da al Parlamento la titularidad sobre el inmueble que ahora deberá readecuarlo y ponerlo nuevamente en funcionamiento, con fondos que debería proveer el Estado nacional. Pero los últimos acontecimientos económicos, que llevaron al presidente Macri a solicitar un préstamo al FMI y a designar al ministro Dujovne al frente del recorte de los gastos del Estado, ponen en duda que la obra pueda realizarse en lo inmediato.

El Molino, ubicado en la esquina de Callao y Rivadavia, frente al Congreso Nacional, está cerrado y abandonado desde 1997 y el 9 de julio del año pasado cumplió 100 años. Hace décadas está cubierto por una malla y una bandeja de contención que impiden desprendimientos de vitrales y mampostería.

En 2014, la expresidenta de la Nación Cristina Kirchner anunció su expropiación para que el edificio pase a manos del Congreso, organismo que deberá tener a su cargo volver a concesionar la confitería además de crear un museo que contenga elementos originales del bar por el que pasaron cientos de políticos y artistas argentinos.

El 27 de diciembre de 2016, el Gobierno suscribió un acuerdo con los anteriores propietarios de la confitería El Molino por una suma de $181,7 millones, valor que había dispuesto el Tribunal de Tasaciones de la Nación, para concretar la expropiación.

La historia de un emblema porteño

La ciudad tiene entre sus tesoros arquitectónicos 200 edificios Art Nouveau, que la convierten en una de las urbes del mundo con más construcciones de este estilo. La Confitería del Molino destaca entre todas ellas. Estas joyas de otros tiempos se han transformado en un atractivo turístico apreciado y buscado por viajeros de todas partes que los recorren en un circuito en el por ahora sigue ausente este gran emblema, situado enfrente del Congreso Nacional, una de las mejores locaciones de nuestra ciudad.

Dos reposteros italianos, Constantino Rossi y Cayetano Brenna, compraron en 1904 la esquina de Callao y Rivadavia. Siete años después adquirieron las casas vecinas de Callao 32 y Rivadavia 1815. Fueron dos visionarios: mientras en Europa amenazaba el fantasma de la Primera Guerra Mundial, ellos levantaban uno de los edificios más altos de la ciudad, de 5000 m2. Le pusieron Del Molino, porque enfrente, en la Plaza del Congreso, funcionaba el primer molino harinero de Buenos Aires, el llamado molino a vapor de Lorea.

No escatimaron gastos ni esfuerzos. Muchos materiales fueron traídos de Italia. Y le encargaron la obra al más famoso arquitecto de entonces: Francesco Gianotti, italiano (autor, también, de la Galería Güemes, en la calle Florida). Así, los ornamentos de bronce cincelados artesanalmente, los 170 m2 de vitraux, el mármol de Carrara, las majestuosas arañas florentinas, las columnas estucadas, los mosaicos opalinos, las cerámicas de oro en la mansarda, las puertas, las ventanas con vidrios cuadrados, la fachada recubierta con piedra París, la cristalería, la porcelana y la mantelería fueron armando como en un rompecabezas este ícono del lujo del siglo XIX.

La estructura definitiva quedó distribuida así: en la planta baja la confitería. Debajo, tres subsuelos donde funcionaban la fábrica de hielo, la cocina donde elaboraban sus productos, la bodega, los depósitos y el taller mecánico. Para arriba de la confitería, dos pisos de salón de fiestas y otros tres para vivienda y oficinas. Estos tres pisos siempre se alquilaron (generalmente a profesionales de clase media alta), nunca tuvieron dueños particulares. Sobre Rivadavia, eran semipisos. Sobre Callao, eran pisos enormes que constaban de cuatro dormitorios, sala de estar, living, escritorio, comedor y dependencias de servicio con dos habitaciones cada una.

En 1930, durante el golpe de Estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen, la confitería fue incendiada. La reconstruyeron un año después. La muerte en 1938 de Cayetano Brenna marcó el final de la Belle Époque. Pasó por distintas manos, hasta que sucumbió a la quiebra.

Declarada Monumento Histórico Nacional en 1997, Patrimonio Histórico del Art Nouveau y la vanguardia de la Belle Époque por la UNESCO en el año 2000, integrar el área de preservación histórica no la salvó de la decadencia, el abandono y la muerte. El 23 de febrero de 1997 cerró definitivamente sus puertas. Pasaron ya más de 21 años. 

El destino proyectado

Según la Ley 27.009 del 2014, por la que se declaró de utilidad pública y sujeto a expropiación el inmueble, una vez recuperado, tendría diferentes usos. El subsuelo y la planta baja serían concesionados para su utilización como confitería, restaurante, local de elaboración de productos de panadería, pastelería o cualquier otro uso afín a dichas actividades.

El resto del edificio debería consagrarse a un museo dedicado a la Historia de la Confitería El Molino y el rol que tuvo en el crecimiento y consolidación de la democracia argentina. También a un centro cultural a denominarse "De las Aspas", dedicado a difundir y exhibir la obra de artistas jóvenes argentinos que no haya sido expuesta públicamente en ningún medio.

Santiago Pujol


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